martes, junio 21, 2011

Entrevista a Giampaolo Samá



María de los Ángeles Sanz

 



En una charla amena relata su experiencia en Italia, su llegada al país como ciudadano del mundo, su formación y desarrollo actoral, pero también su compromiso con la realidad que nos rodea a partir de su labor como actor; expresa con convicción su pensamiento en cuanto al espinoso tema de la inmigración en su país, y el contexto ríspido de los derechos humanos para todos en la Italia de Berlusconi. Algunos de estos conceptos están presentes en los relatos que forman parte del espectáculo que desarrolla en el escenario.





¿Quisiéramos saber cómo fueron tus comienzos en Italia, cuál es tu formación actoral, y como decidiste un camino entre nosotros?
Arranque a estudiar teatro a los diecisiete años, después de haber visto una obra de Lorca, en un teatro enorme de setecientas butacas, donde habríamos diez personas, allá en mi pueblo, y me quedé impresionado por aquello que veía, y decidí empezar a estudiar, luego llegué a la Academia de arte dramático en Calabria, y me recibí, de allí a Roma porque a pesar de que hay teatros en mi provincia, el movimiento importante sigue estando allí. Trabajé sin parar por diez años, pero como no todos los trabajos me interesaban, decidí entonces trabajar en mis propios proyectos, estuve cinco años haciendo teatro con mi compañera de entonces, y luego me anoté de nuevo en la Facultad, en la carrera de Filosofía y Letras con una especialización en arte, música,  hice un curso apretado en tres años. Después de eso me decidí a venir a  la Argentina de vacaciones varias veces, acá tenía amigos, y conocí a mi mujer, Miriam Odorico, que siempre dice algo muy lindo: la vida es de los valientes. 

¿En que año llegaste a la Argentina, no como turista, sino con intenciones de quedarte?
 Llegué el 14 de febrero de 2007, el día de los enamorados de la mano de mi mujer que vino a buscarme a Italia y volvimos juntos. Elegimos ese día, nos habíamos tomado cinco meses de lejanía para saber que nos pasaba, después que nos cruzamos en Argentina en el 2006. Fue duro, mi hermano, me decía, callate, no tenés novia, es una novia virtual, una pantalla. Tenía razón. El día que la fui a buscar al aeropuerto temblaba como una hoja. Pero todo salió bien, ella es la que me sostiene, porque si llegás sin puntos de referencia, sin amigos todo es muy duro. A través de ella llegué a Timbre 4, ya que es una de las actrices de La omisión de la familia Coleman, compartíamos allí tiempo después de la función y así pude comprar el laburo enorme que hacen y cuando hice el espectáculo mío lo fueron a ver, les gustó, me ofrecieron el espacio y no dude en aceptar. Si no hubiera tenido esta oportunidad, todo hubiera sido más difícil.

¿Qué diferencias hay entre tu formación y la de los actores argentinos?
Por suerte tuve una formación muy variada, de lo más clásico a lo más moderno, la escuela estaba formada con fondos de la comunidad Europea y llamaban a maestros que estaban libres de toda Europa, tuve maestros de Polonia, Italia, y de Argentina también, fue un entrenamiento muy fuerte, ocho horas al día de lunes a sábado, muy duro nos llevaron a hacer stages fuera de Roma, en Varsovia, en Rumania, Casa Blanca y también en la Argentina; fui aprendiendo de mi propia experiencia, cada clase anterior era un aprendizaje para la próxima. Reconozco si dos referentes muy importantes para mí: Eduardo de Filippo, que tiene una frase que nunca olvido, y me parece que resume bien nuestro trabajo: “En teatro hacemos en serio lo que en la vida hacemos mal”, y que tiene que ver con el rigor, con la verdad del teatro, porque ahí arriba sudamos, sufrimos y es de verdad, y hacemos bien lo que en la vida habitualmente resolvemos mal. Otro referente para mí es Darío Fo, a pesar de que me considero un pobre imitador, sigo su pensamiento y su forma de trabajo, en cuanto a que el cuerpo de un solo actor puede devolver la magia del teatro, de que él solo puede contar una historia. Mi línea es esa, como también desde el punto de vista del para qué, aquello que pensaban De Filippo y  Fo, de un teatro que mira a la sociedad, por eso elegí el tema de la inmigración, pero luego me fui dando cuenta que llegó a ser algo muy íntimo; a una semana del estreno me di cuenta que hablaba de mí; porque pensaba escribir la historia de los inmigrantes, y estaba escribiendo de mí, del pasado, el presente, y el futuro. Ayer, por ejemplo, llegaron otros setecientos inmigrantes a Lampedusa; lo hacen todos los días en tres meses llegaron treinta mil. Es bueno que eso se vea porque pasa en todos lados y lo ves con sólo levantar la cabeza en esta ciudad y mirar, hay personas de todos los lugares del mundo, que acaba de llegar y busca su lugar, en un mundo donde no tiene más sentido el concepto de frontera, es algo que repito siempre hasta el cansancio: el mundo es de todos. Cada vez somos más personas, y el planeta es una olla que hierve y cada vez parece más pequeño, y el poder lo resuelve inventando alguna guerra, o experimentando con remedios nuevos, es un asco, y el teatro puede hacer mucho para modificar esto, despertando la conciencia del espectador, aunque sea de uno solo.

Ya que hablamos de despertar conciencias, ¿Cómo es la reacción del público en tu espectáculo?
La reacción es hermosa, el público se involucra de una forma muy cálida, porque cuando escribís es una forma fría, pero cuando estás en el escenario el actor produce la escritura en escena, que es algo a lo que Darío Fo y Eduardo de Filipo le daban mucha importancia. La respuesta del público es hermosa, porque hay gente que llora, hay quien se ríe, el otro día no me dejaron subir a cambiarme porque subieron al escenario y me abrazaban y una señora no paraba de llorar, y le tuve que decir: ya está señora, se acabó esto es un juego. Me gusta un teatro que sea vivo, que vibre y que llegue al espectador, y lo estamos logrando.

Buenos Aires te propone un público de mucha mixtura, donde el tema de la inmigración es muy fuerte, y se reconoce con facilidad en tu espectáculo.
Si, y es algo que me parece que en Italia estamos olvidando, en Europa en general, porque viajamos todos, mi propia experiencia familiar. En un sentido yo los entiendo, parece una provocación, pero en Europa estamos más apretados, si lo consideras hay menos espacio; pero no deben olvidar nunca que si en ese poco espacio tienen recursos y riqueza lo deben a que donde hay mucho más espacio y menos gente, están mal. Esto yo lo veía cuando venía acá de turista, pero cuando venís a vivir te impacta, porque lo vivís sobre la piel de inmigrante, y lo ves todos los días. En Italia la situación social es un desastre, en diecisiete años de Berlusconismo, el enano maléfico, logró arruinar bastante todo, se produjo la generación mil euros, muchos jóvenes y los abuelos que viven por debajo de los mil euros, a los quince días del mes ya no tienen dinero. Es un milagro que seguimos adelante, no sé cómo, porque el país hace dos años que no está gobernado, por el enano está pendiente de sus propios problemas.


¿Qué puede hacer el teatro con la realidad social, cuál sería su función, debe tenerla con respecto a lo social?
Por supuesto, totalmente, para algo que no tenga función está la tele. El teatro no va a modificar la vida, pero si aportar su semilla. Mi tesis de licenciatura fue sobre Teatro Abierto, para mí fue un descubrimiento increíble, la posibilidad de que esto se puede hacer, aún bajo una dictadura, salir a la calle, reunirse y decir: Ah!, no tenemos dramaturgia, acá estamos, matanos a todos, como hicimos en Italia con la mafia. Que nos maten a todos, esta es la única respuesta, y se la puede dar el pueblo, el único, llegar ahí abajo y decir o bajan ustedes o subimos nosotros, quiero ver cuando entramos de una, esto me encantaría vivirlo. Sin embargo, hay generaciones que borran la anterior, yo conozco muchos chicos que desconocen el hecho de Teatro Abierto, esto es grave, para mí es grave. Por suerte en Europa tenemos una larga memoria, porque estamos acostumbrados desde siglos, y acá la memoria se la corta, se la quema, se la borra. Es increíble, porque si te olvidas vuelve.
 Por otra parte, hay que tener mucho cuidado de no irse del otro lado, y que el arte se case con la política, el arte tiene que ser crítico, siempre, tener una mirada, una cercanía a determinadas ideas, pero tiene que poner en dificultad al poder. No hablar de un partido determinado, para no confundir la política, con el partidismo. El teatro además, es un trabajo de artesanía, el arte es el resultado final y casi nunca llegamos, el teatro es una herramienta de esta artesanía, si logramos un hecho artístico es el resultado final.  En el teatro, hay generaciones que borran la anterior, yo conozco muchos chicos que desconocen el hecho de Teatro Abierto, esto es grave, para mí es grave. Por suerte en Europa tenemos una larga memoria, porque estamos acostumbrados desde siglos, y acá la memoria se la corta, se la quema, se la borra. Es increíble, porque si te olvidas vuelve.



¿Cuáles son tus próximos Proyectos?
Seguir con el barco, con la ruta de este barco, ahora tenemos tres funciones más en Timbre 4, estaba todo programado, así que terminamos con esta experiencia muy linda, muy agradecido al espacio. Mi espectáculo, se nutre de lo que pasa cotidianamente, el hecho de que ayer llegaron 700 personas más a Lampedusa es algo que voy a agregar, para que el público de golpe se encuentre en el presente. Porque no tiene un tiempo el espectáculo, es un pretexto hablar del pasado. Luego que termine en junio, tenemos alguna oferta en otro teatro, espero algo más y después elegimos en cooperativa, lo más democráticamente posible.



¿Pensás seguir con la estructura del Unipersonal?
Por ahora sí, yo estoy trabajando en otro espectáculo el viernes 10, en Pata de ganso, de autor italiano, director italiano, y dos actores más argentinos, Variaciones sobre el modelo de Kraepelins de Davide Carnevali sobre el tema del alzehemeir, el tema de la memoria, que es un tema muy fuerte en Europa. El sábado pasado reemplace a Claudio Tolcachir en Apuntes para volverse a ver, él está de viaje y entonces yo lo voy a reemplazar todo junio. Me encanta tener un compañero en escena, pero también me encanta poder hacer este trabajo sólo, que es lo que más me gusta. Porque no siempre te gusta lo que te proponen, y cuando es así, prefiero quedarme en casa, cocinar, leer. Cocino bien. La obra surgió de la exigencia de volver al escenario, y todo trabajo que surge sin esperar llegar a algo, que no espera nada más que ser realizado cada domingo, cada vez que se pueda, y de dejar una semilla por lo menos en un espectador, es la verdadera función  del actor creo yo, y después nada, seguir y ojalá pueda vivir trabajando de lo mío. Marcello Mastroiani decía: Que locura, nos pagan para jugar. Jugamos, pero es duro, no contamos lo que sucede por atrás. La gente ve sólo el resultado final, y lo que llega es el éxito, todo el mar que esta abajo no se ve, es un trabajo muy expuesto, y una búsqueda constante sobre sí mismo, un autoanálisis constante. Yo tuve la suerte de conocer a Vittorio Gassman los últimos años y el decía esto, que me pareció de una humildad increíble, a los setenta años que tenía; que aprendía algo más de cada función nueva; escuchar eso de semejante monstruo de la actuación, para mí fue, bueno callate y seguí aprendiendo. Se puede aprender mucho hasta el final, es un trabajo que hasta los ochenta te lo pueden reconocer, y pueden hacer muchos personajes todos juntos en el mismo tiempo. Eso quería hacer en esta puesta, yo nunca había escrito nada, escribí un cuento enorme que no tenía ningún sentido teatral, después de un año de escritura tuve que reescribirlo, y me enseñó un montón de cosas. Mi balance después de cuatro años y medio es positivo, estoy dando clases, gané un concurso para dar clases de teatro en italiano en el profesorado Joaquín V. González, estoy dando clases de asistente de teatro en Timbre, la verdad que ellos me abrieron mucho sus puertas, muy generosos, es un espacio con mucha gente estudiando teatro con un clima hermoso, que no hay que perdérselo.


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