domingo, enero 22, 2012

Brick de Camila Fabbri


Diez y nueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo. Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más antiguas y más triviales. Poco después averiguó que estaba tullido. El hecho apenas le interesó. (…) Ahora su percepción y su memoria eran infalibles.
(Borges, 1967, 122/123)


Si Funes el memorioso, en el cuento de Borges, no podía olvidar nada y recordaba cada detalle con fidelidad fotográfica, los personajes de Brick olvidan cada dos horas su vida anterior y deben reconstruirla como un puzzle incierto. En un espacio escénico donde la buena distribución de elementos permite que las acciones y los diálogos se desarrollen en la extraescena, tres obreros calificados de la construcción tienen la misión de levantar, en un lugar alejado y perdido de la civilización, un edificio. Brick, ladrillo en inglés, es el pequeño objeto irremplazable para levantar, planos mediante, lo pedido, como en un juego de mecano, donde una a una las piezas dan consistencia y coherencia al todo. Pero eso es imposible de llevar adelante, si cada vez la memoria se pierde, el camino se bifurca y la duda y el desconcierto hace que siempre estemos comenzando sin acordarnos que fue lo que hicimos anteriormente.  Uno podría afirmar que lo que Camila Fabbri se propone es una metáfora perfecta del país, territorio propio que debe buscar permanentemente rescatar del olvido los hechos, volver una y otra vez sobre lo realizado, tratar de recordar quienes éramos, quienes somos y hacia dónde vamos, para poder construir a partir de la continuidad y no del abismo, del salto al vacío. Dos niveles de narración, una la aparentemente realista, que sucede entre tres obreros y sus diferentes obligaciones en relación a la construcción de un edificio, y la simbólica que paso a paso va deconstruyendo esa realidad para introducir al espectador en un laberinto de sinuosidades inesperadas. Los actores dan encarnadura con eficacia a esos seres extraños que olvidan con facilidad, pero que luego vuelven sobre sus pasos, que se aman, pero piensan en otros amores, o que recortan figuras para dar cuerpo al estallido de una memoria que necesita estar viva. Sus gestos son exactos en la composición de los obreros de una construcción en la que se les va la vida, y en donde la vida transcurre en el vaivén entre la memoria y el olvido. Son creíbles, a pesar de lo aparentemente absurdo de la situación, consiguen que sigamos su juego; el teatro se trata de eso, de jugar a ser otros, y de recuperar lo ausente. Lo cotidiano se transforma en lo siniestro, porque nada de lo que debe pasar, sucede, y las certezas dejan paso a la desconfianza. Construir a partir de obviar los cimientos, de no recordar lo anterior es una tarea imposible de realizar, por más voluntad y buenas intenciones que pongamos en el trabajo. Andamios, paredes sin revoque, tachos de materiales, dan espesura al espacio detenido, mientras el tiempo que lo atraviesa en un círculo interminable está marcado por el remedio para recordar, y el teléfono que es el único hilo que comunica el afuera y el adentro. ¿A dónde han sido enviados estos obreros para construir qué, quién los manda, a quién obedecen? El pasado retorna infalible en la música y en el programa de televisión, viaje al túnel del tiempo que hace imposible el anclaje en un presente histórico simultáneo con el del espectador. Procedimiento que resemantiza el punto de vista de la autora en el cruce entre la memoria y el olvido; todo vuelve en un inmenso ritornelo porque todo es olvidado una y otra vez, invariablemente. Eso nos hace no salir nunca de ese círculo infernal donde el mundo queda sin construir, vacío, mudo espacio que une sólo por el espanto a quienes lo habitan. Lo inquietante es que ese universo a medio realizar, es absolutamente masculino, donde la mujer es una voz, una foto, o los cuerpos recortados de una revista; masculinidad puesta en abismo ante la necesidad de afecto, que produce relaciones sin mujeres pero cargadas de feminidad.  Las relaciones de los hombres en estado de aislamiento, elegidos o no, la amistad /amor entre hombres que comparten el mismo destino heroico es caro a nuestra literatura. La mujer ajena a esa complicidad siempre permanece en una sombra que es recuerdo, en este caso perdido en la nebulosa de una mente que tiene la posibilidad de olvidar.  Brick es la primera obra de Camila Fabbri, y es una sugerente lectura para una joven realizadora de una temática áspera desde el lugar de lo no literal.








Brick de Camila Fabbri. Elenco: Mario Sala, Bruno Campos, Julián Infantino. Luz: Leo D’aiuto. Escenografía: Julieta Potenze. Diseño gráfico: Altair Mon. Asistente de dirección: Ramiro Bailiarini. Dirección: Camila Fabbri. Espacio Granate.





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Borges, Jorge Luis, 1967. Ficciones. Buenos Aires: Emecé.





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