viernes, abril 13, 2012

Complexión de Ramiro Guggiari


Lo absurdo de la guerra, un conflicto casi de orden individual transformado en un hecho colectivo, es el tema central que la intriga de Complexión nos ofrece en una primera lectura. Atravesando ese nudo de tensión, otra textualidad aparece y es la que involucra el cuerpo del actor desde la dirección de un autor como Antonin Artaud, y la relación conceptual que establece entre el teatro y la peste1. La anécdota que el bufón repite sobre la llegada de un barco con el virus en las playas de una ciudad italiana, en el siglo XVIII, pertenece a la escritura de Artaud, incluida en su libro El teatro y su doble. Es, entonces, la concepción artaudiana sobre el teatro dentro de la  estructura del género  absurdo, lo que constituye el eje de la puesta. La propuesta de los cinco personajes que ocupan la escena, desde la dirección del propio Guggiari,2 es mantener siempre en vilo la tensión de la cuerda dramática, crear un clima de sofocación, desintegración y putrefacción de seres y situaciones, que logran a partir de la repetición de acciones, produciendo así, ese círculo de infierno, que crece en forma ascendente. Este absurdo de amenaza trabaja con el espacio claustrofóbico de una torre, a la que sólo se tendrá acceso piso tras piso a punta de bayoneta, y que guarda el amor /odio, el autoritarismo / la sumisión, y la humillación de un grupo de hombres y mujeres que juegan un ajedrez mortal con piezas humanas hace más de veinte años. Como en las tragedias de Shakespeare, mientras las miserias humanas dominan los personajes centrales de la intriga, son los bufones los portadores de la verdad y del mensaje que finalmente dará rienda suelta al mal. Tanto Catalina Briski desde un cuerpo que domina y hace expresarse en todas las constelaciones de sentimientos, como Mariano Rapetti desde la palabra, tejen y develan los sucesos y sucedidos ante un espectador que sigue su coreografía con interés; mientras el triángulo de poder entre Paula Flaks (Esmeralda), Horacio Pucheta, (Ernesto) y Laureano Lozano (Eduardo Trejo) muestran un presente de miedos y desencuentros irreconciliables. En claroscuro, en contraste de iluminación, se produce la reproducción de la extraescena sobre la mesa donde se desarrollan los movimientos de la próxima batalla. En  espacio real representado - la torre –, invadido constantemente por el espacio virtual representado – los gritos de los Betas, el pueblo hambriento, y la peste -   van creando el clima claustrofóbico que requiere la acción dramática. La propuesta presenta también otros niveles, por un lado, la música en vivo provoca cierta distensión, una tregua para el espectador ante un conflicto en aumento. Por otro, el aroma de los sahumerios encendidos, parecen darle una perspectiva esotérica tratando de alejar las malas influencias por todos conocidas. En este “mundo al revés”, donde el Poder se ha recluido a lo alto de la torre y ha abandonado las riquezas y comodidades del palacio, son los bufones / siervos los protagonistas de la obra. Entre el dramatismo del mimo y el humor del clown ambos actores con profesionalismo ponen en escena las emociones, los sentimientos y los miedos más allá de las palabras. Una corporalidad entre lastimosa y graciosa, pero que a pesar de su condición social de siervos / bufones no son frágiles sino, por el contrario, son el motor de la historia. Si bien desde el vestuario su condición es tal, son sin embargo, personajes agudos y con sus desplazamientos, su gestualidad y sus tonos de voz crean el mundo invisibilizado entre lo trágico y lo cómico. Desde un punto de vista poco habitual, ni de las victimas ni de los victimarios, Ramiro Guggiari deja al descubierto también los grises de la Historia. Complexión podría pensarse como una reflexión sobre el cuerpo y sobre la condición humana, porque estos dos cuerpos en particular no son cuerpos alienados, sino que se presentan como un medio para la liberación tanto individual como social, y también para la experiencia espectatorial ante el clímax asfixiante logrado por todos los sistemas significantes.

 


Complexión de Ramiro Guggiari. Interpretes: Paula Flaks, Horacio Pucheta, Laureano Lozano, Mariano Rapetti, Catalina Briski. Música: Diego Longobardi, Eugenia Turovetzky. Coreografía: Catalina Briski. Asistencia Coreográfica: Mariano Rapetti. Diseño Gráfico: Andrés Levy. Asesoramiento en Espacio e Iluminación: Julieta Potenze. Prensa: Octavia Comunicación. Dirección de Arte: Melisa Califano. Producción Ejecutiva: Tónicas. Asistencia de Dirección: Santiago Chalukián. Dramaturgia y Dirección: Ramiro Guggiari. Teatro La Ranchería.








Artaud, Antonin, 2002. El teatro y su doble. Buenos Aires: Retórica Ediciones.

Cabrera, Hilda, 2009. “Necesito pelearme con el teatro” en la sección Cultura & espectáculos, domingo 1 de noviembre, en Página 12







1 “Vemos entonces que hay una notable analogía entre el apestado que corre en el desenfreno de sus alucinaciones y el actor que va detrás de sus sentimientos; entre el hombre que imagina personajes que nunca lo hubiera hecho sin la influencia de la plaga  como así mismo el poeta que le da fulgurante vida a personajes entregados a un público de la misma manera indefenso y alucinado. Pero hay una variedad de analogías que confirman las que importan aquí y ubican la acción del teatro tal como si se tratara de una auténtica epidemia. Pues de la misma manera que los cuadros de la peste, un poderoso estado de caos físico, son algo así como las postreras descargas de una fuerza espiritual en declinación, las imágenes de la poesía en el teatro tienen poder espiritual porque comienza su trayecto vital en lo sensible dejando de lado la realidad. Ya dentro de la vorágine de su trabajo, para evitar cometer un crimen el actor deberá dotarse de un coraje superior que el que necesita el asesino para arribar al fin de su acto. Será aquí, en su intrínseca gratuidad, que la acción de un sentimiento resultará harto más válida que la de un sentimiento puesto en acción.  (Artaud, 2002, 21)

2 El autor es nieto de Tato Pavlovsky y según la entrevista que le realizó para Página 12, Hilda Cabrera: Pelearse con el teatro significó para Ramiro Guggiari incentivar la creatividad. Antes de debutar con su obra Verte llorar –que también dirige y ofrece en La Ratonera Cultural– cursó estudios de Filosofía e Historia en la UBA y dirección escénica en el Instituto Universitario Nacional del Arte (IUNA). Pasó por los talleres de actuación de Patricia Gilmour y Stella Galazzi, y desde hace tres años continúa su formación con el actor, director y autor Norman Briski. Guggiari no cree que de niño su conflicto con el teatro haya sido por rebeldía familiar. Había visto Rojos Globos Rojos, de su abuelo Eduardo “Tato” Pavlovsky, en el desaparecido Teatro Babilonia, pero no fue por aquella experiencia que se decidió por la escena y sostuvo al mismo tiempo una visión crítica. Si bien el cine lo apasiona –aun cuando no se dedica– aquello que determinó su ingreso al teatro fue haber presenciado El suicidio (Apócrifo I), obra de Daniel Veronese y Ana Alvarado en colaboración con los otros integrantes de El Periférico de Objetos.













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