domingo, junio 24, 2012

Flores arrancadas a la niebla de Arístides Vargas


“Bruna: Pobres de nosotros que no levantamos la voz porque somos extranjeros” (…) Los exiliados somos gente triste, propensos a imaginar cosas que nunca pasan. Nos castigaron con tanta perversidad que nos hicieron olvidar que los que nos castigaron pertenecen al mismo país que nosotros, y aún así creemos que es el mejor país del mundo.” 
(Arístides Vargas, Nuestra Señora de las nubes)

Arístides Vargas conoce de exilios, externos e internos, de soledades y dolores, y de amores que se tejen al calor de la complicidad del miedo, pero sobre todo conoce de la necesidad que todos tenemos de raíces que permitan la trascendencia, crecer desde abajo hacia un arriba intenso y luminoso, dueños de la trama de nuestra vida; seres en la apología de un sueño colectivo. Conoce además del extrañamiento que produce el dolor de la expatriación por aquellos designados a la contención de nuestras vidas, cuando los sucedidos los produce el vecino, el com – patriota; como la orquídea que vive en el aire, como el clavel que une su destino finalmente al tronco generoso que lo recibe, luego de expandir su color y olor a los vientos de la inclemencia. Los personajes de Flores arrancadas a la niebla, al igual que los de Nuestra señora de las nubes, sueñan con un país alimentado en el recuerdo y el olvido. Un país donde el amor tiene mucho que ver con la desmemoria, para desplegarse en un perfume, en una luz al amanecer, en los rastros tibios sobre la piel de un sol propio. Ana Wolf, logra en la puesta exudar a través de la voz de los personajes, Aída y Raquel, un universo transitado, como protagonista y  como testigo: 

Hace dos años me encontré por primera vez con el texto de Arístides Vargas. Desde ese entonces la flecha del Ángel me perforó. Desde ese momento sus dos personajes, Aída y Raquel, caminan conmigo cada día, por donde yo ande ellas vienen. Las veo en cada país al que vuelvo, en cada mujer “exsul”1 que cruzo, en el barrio boliviano cerca de donde vivo, en Liniers, con sus negocios que se llaman “Consultorio dental Chuquisaca”, “Pollería Santa Cruz”, “Western Union La Paz”, en las calles llenas de vendedoras de productos de ese país y grandes tortas de crema, y sopa de pollo, en las telas coloridas que adornan los carritos ambulantes, en las frutas y verduras y cereales, en cada gesto, en cada rostro: como me veo a mí misma, “exsul”, con mi mate en Europa. (Gacetilla de mano, entregada junto al programa)

Con una escenografía rica, simbólica y a la vez funcional al acontecimiento que se despliega en escena, Natalia Marcel y Cecilia Ruiz, se transforman en los dos seres atravesados por un destino demasiado común en este, un planeta cada vez más provinciano. Con la música en escena del compositor y ejecutante Claudio Peña, la excelencia de la dirección y de las actuaciones nos lleva como espectadores a un registro intenso de emociones que van desde el humor irónico hasta la piadosa crueldad. Con profesionalismo ambas actrices y con diálogos aparentemente cotidianos dan cuenta de la teatralidad particular de la poética de Vargas. La fuerza del discurso verbal es subrayada por las imágenes proyectadas en el espacio escénico – vías del ferrocarril en distintas direcciones, el vallado alto con alambres de púas, numerosos árboles,… El espacio virtual representado se filtra constante a través de las palabras y de los sonidos, creando la atmósfera de incertidumbre, de poca visibilidad, de un “no lugar” que requiere la acción dramática. Mientras los personajes de Aída y de Raquel dicen más allá del simple significado de cada palabra, Natalia Marcel y Cecilia Ruiz pone en escena un cuerpo presente / ausente, un cuerpo que intenta diluirse y no ser observado por un otro amenazante, un cuerpo que busca desvanecerse en el tiempo y en espacio, aunque es un cuerpo que tienen memoria de todo lo que va dejado atrás con su partida. El hecho teatral logra ante un texto dramático tan poético y un espacio escénico tan simbólico, ante un largo lienzo que es desplegando lentamente como un río que divide, (quizá como el río Leteo, uno de los ríos del Hades, y del cual al beber de sus aguas provocaba un olvido completo y/o la reencarnación) un inevitable y profundo punto de encuentro entre el autor, la directora y el espectador. No hay saturación de imágenes ni auditivas ni visuales sino, todo lo contrario, en cada intersticio y en cada silencio se abre un mundo otro, un mundo visceral, más real que ficcional y que sumerge al espectador en un clima constante de nostalgia y de íntimos recuerdos.











Flores arrancadas a la niebla
de Arístides Vargas. Elenco: Natalia Marcet, Cecilia Ruiz. Dirección de arte: Sandra Lurcovich. Música original: Claudio Peña. Diseño de luces: Sandra Lurcovich. –Ana Woolf. Asistente de producción: Jenny Cuervo (Colombia) Asistente de dirección: Diego Schmukler. Edición de imágenes: Francisco Lurcovich. Asesoramiento técnico: Chango Díaz. Realización escenográfica: La Menesunda realizaciones. Realización de vestuario: Silvia Calvo. Fotografía: Fiorella Corona. Diseño gráfico: Lore Domínguez. Dirección: Ana Woolf. Andamio 90.














Vargas, Arístides, 2006. “Nuestra señora de las nubes” en Teatro ausente. Cuatro obras de Arístides Vargas. Buenos Aires: Instituto Nacional del Teatro.









1 Exsul para la directora Ana Woolf es la definición del exilio: fuera de mi suelo; en otra patria, para ella la patria del teatro, para muchos la patria de los “otros”.








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