viernes, julio 12, 2013

Miembro del Jurado de Roberto Perinelli


Roberto Perinelli escribió Miembro del Jurado en 1979, en un contexto cargado de la violencia implícita y explícita de la dictadura cívico / militar que se había iniciado tres años antes. El teatro de arte era por entonces un lugar de resistencia, donde se podía desde la metáfora incluir la realidad socio /político con algún éxito, a pesar de que tantos otros autores y tantas otras obras habían provocado las iras del poder y fueron saboteadas, bajadas abruptamente de cartel,  y silenciados sus autores que debieron exiliarse para salvaguardar sus vidas: Eduardo Pavlovsky, Roma Mahieu, Griselda Gambaro, entre una larga lista más1. Atravesado el texto por el género policial, por un humor trivial y un suspenso que mantiene la línea de la intriga hasta casi el final, fue leído no como una denuncia a la criminalidad que reinaba por la crítica en el momento del estreno, -en el Teatro Municipal General San Martín que dirigía Kive Staiff-, sino que el punto de vista de la lectura profesional pasó sobre todo por su estructura2. Una lectura actual de la pieza de Perinelli establece hoy un puente entre el desborde de su época y el de hoy, que tanto castiga a la sociedad con la violencia de género. Si en el 79 la percepción del espectador podría tener más de un punto de vista por donde hacer pasar su semántica; hoy los espectadores de 2013, no podemos dejar de conmovernos, inmersos en una realidad que cosifica el cuerpo femenino convirtiéndolo en un trofeo de sexualidad perversa, y en donde los casos como el de Ester se han elevado en una proporción geométrica. La sensibilidad de género está presente en la poderosa dirección de Corina Fiorillo; que potencia la figura de la madre, y la lleva con un relato casi sin palabras, desde una gestualidad sugerente, a franquear la cuarta pared propia de una puesta realista, y darnos con la contundencia de la actuación sobresaliente de Silvina Bosco, un golpe de efecto que nos duele en el cuerpo. Los diálogos casi banales del comienzo, entre los personajes que encarnan Ernesto Claudio y Roberto Vallejos, en un duelo de muy buenas actuaciones, el carnaval y su murga que entran por la ventana y nos traen la memoria de un tiempo otro, el vestuario que ilustra la época, así como la mención al motín desgraciadamente célebre3, no impiden la fusión temporal que permite el olvido de lo anecdótico para situar la tensión en un presente inmediato. Esta es la tercera obra en que directora y autor trabajan juntos, las otras fueron Desdichado deleite del destino (2008) y Un hombre amable entró a orinar (2011) en las cuales el punto de vista, si bien los sujetos masculinos mantienen la fuerza con que fueron construidos en el relato, logra que los personajes femeninos, que el autor construye sobre todo desde lo no dicho, se expresen desde la fuerza de los pequeños gestos. Escritura que se seduce por las acciones más que por las palabras, y que sin embargo, elije las palabras que hacen acto la acción al ser enunciadas por el personaje con la contundencia de su exactitud. El dispositivo escénico crea el clima de tensión que emerge en cada intersticio del texto dramático: altas estructura metálicas que sugieren más que un taller de cerrajería la cárcel del dolor insoportable. El color patinado gris / marrón quizá para dar cuenta de las imperfecciones de la sociedad que produce un personaje como Simón de extrema crueldad. O bien, para dar cuenta de como los padres, Mejía y Ester, fueron envejeciendo y soportando de diferentes formas la realidad que los asfixia y, a la vez, los mantiene vivos esperando cerrar el círculo de la ley del talión: "ojo por ojo, diente por diente", tratando de encontrar cierta equivalencia entre el delito y el castigo. Si al principio, el relato con algo de humor intenta cubrir la dureza del historia, y ambos personajes masculinos parecen poder compartir recuerdos de algún carnaval pasado al ritmo de la murga, el clima se va enrareciendo y el aire se torna irrespirable a partir de las muy buenas actuaciones y del dispositivo lumínico que recorta y oprime a cada personaje, en distintos momentos y, en particular, la escena donde la madre - personaje intenso- grita de manera desgarradora: imagen visual y auditiva por demás contundente. El singular estilo de la escritura de Perinelli y la especial mirada de Fiorillo logran que lo que al inicio parece una historia particular estalle en mil pedazos involucrándonos, no solo como espectadores sino sobre todo como individuos, al dejar abierto numerosos interrogantes sobre el alcance de un término tan complejo y universal como es el de justicia / Justicia. Si, en la justicia por mano propia el tema es quién aplica el castigo, entonces ¿los padres pueden aplicar la condena al confeso? Si, en el Sistema Penal son numerosos los factores que pueden intervenir sobre los años de la correspondiente condena y la posibilidad de la libertad condicional, entonces ¿quién puede darles consuelo a esos mismos padres cuando el reo convicto recupera su libertad? ¿La Justicia puede garantizar que ha tomado todos los recaudos para que el mismo agresor no vuelva a reincidir en semejante crimen? La productividad del texto primero permite que a pesar de la distancia histórica y del cambio del horizonte de expectativa, el giro de sentido produzca un hecho teatral complejo y sin fisuras.








Miembro del Jurado de Roberto Perinelli. Elenco: Ernesto Claudio (Mejía), Roberto Vallejos (Simón), Silvina Bosco (Ester). Producción TNC: Lucero Margulis. Fotografía: Mauricio Cáceres. Diseño gráfico: Verónica Duh. Asistencia de dirección: Vanesa Campanini. Música original: Rony Keselman. Coreografía y asesoramiento corporal: Mecha Fernández. Diseño de vestuario y escenografía: Julieta Risso. Dirección: Corina Fiorillo. Teatro Nacional Cervantes: Sala Luisa Vehil.










1
Los autores mencionados que estaban de hacía tiempo en el ojo de la tormenta, tuvieron que irse del país por integrar las listas negras de la dictadura. La puesta de Telarañas (1977) fue el detonante que hizo que Eduardo Pavlovsky  tuviera que irse al exilio, ya que su persona estaba en cuestionada desde el éxito de El Señor Galíndez (1973), repercusión dentro y fuera de la Argentina. Por otra parte, Roma Mahieu luego del estreno de Juegos a la hora de la siesta (1976), decidió no volver de su participación, junto a su marido periodista del diario Clarín, de un festival de cine en la India, para luego radicarse definitivamente en España. Griselda Gambaro, no fue una puesta teatral sino la edición de una novela, ya que la narrativa es otro de los géneros que desarrolla, la que provocó su salida. La novela de gran éxito dentro y fuera del país era: Ganarse la muerte (1976) de Ediciones La Flor.



2  Seleccionamos dos fragmentos de las críticas de la época:

Potente espectáculo, con suspenso y  buen diálogo. «En realidad, es una situación teatral única llevada a su máxima extensión dramática, pero sin estirar ni hipertrofiar la historia. Con rigor implacable, Roberto Perinelli conduce una acción de inevitable desenlace trágico. El climax de ritual macabro no se consuma en escena (y ese es otro hallazgo del autor), pero su impacto se adivina y se siente (...) Surge nítidamente un espectáculo teatral potente, en base a una escritura áspera y económica, con suspenso de buena ley, y que no agota en su obvio virtuosismo formal o técnico, dejando espacio para la emoción e incluso para la ternura» (Yirair Mossian, Convicción, setiembre de 1979).

Buena pieza de Perinelli. «El misterio, la ambigüedad, la sugerencia, están en la esencia de lo poético, y en lo poético la base de lo teatral (...) Por eso, «Miembro del jurado», constituye, sobre todo en su primera mitad, uno de los mejores textos nacionales estrenados este año en Buenos Aires (...) Hay en el texto – y en la excelente dirección de Carlos Catalano – una integración justa de los elementos internos, psicológicos, y en los externos, ambientales (una murga que pasa, una puerta que se abre y se cierra, un teléfono que suena, una lima, una llave), un uso preciso del idioma y una pautación diestra de los elementos de humor, de los climax y de los remansos» (Gerardo Fernández, La Opinión, octubre de 1979.)



3 El llamado "motín de los colchones" estalló en la mañana del 14 de marzo de 1978. La noche anterior, un recluso del pabellón N° 7 se había negado a apagar el televisor, luego de ser advertido por un guardia cárcel. Al día siguiente, integrantes del servicio penitenciario quisieron retirar al preso de la celda, pero sus compañeros salieron en su defensa. Fue entonces cuando los reclusos tomaron la trágica decisión que marcaría sus destinos. Sin embargo, ahora se pide que el caso se reabre porque existen las sospechas que se trató de una masacre encubierta: “El Grupo de investigación sobre la Masacre del 14 de marzo de 1978 convoca a los sobrevivientes y/o quienes puedan aportar datos sobre “la Masacre sucedida en la cárcel de Devoto, el 14 de marzo de 1978, en la que murieron más de 65 presos ‘comunes’”, informó la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación. Quienes estén interesados en aportar datos o información podrán hacerlo al 011-15-4404-5299. La Masacre de Devoto tuvo lugar el mencionado día de marzo, durante la dictadura. En aquel momento y por obra y arte de las fuentes penitenciarias militarizadas fue conocido como "El motín de los colchones", cuando más que motín hubo si, un escudo de colchones, en la búsqueda de protección contra las balas de los penitenciarios. Se trató de un fusilamiento masivo encubierto por un incendio devastador.




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