lunes, agosto 19, 2013

Alfonsina y los hombres de Mariano Moro


Yo no estoy y estoy siempre en mis versos, viajero, 
Pero puedes hallarme si por el libro avanzas

Dejando en los umbrales tus fieles y balanzas: 
Requieren mis jardines piedad de jardinero.

(Alfonsina Storni)

Cuando vemos el cuerpo de la actriz en escena, en una escena despojada de elementos que distraigan nuestra atención, y oímos como de su voz surgen los versos de la poetiza Alfonsina, no sabemos discriminar que produce mayor seducción, si el decir o lo dicho; o ambas cosas unidas en ese cuerpo atravesado por el talento de la palabra y de la actuación. El tercer elemento es la selección que el autor, Mariano Moro, hace de esa escritura cargada de ternura, pasión y dolor, que logra enlazar vida y obra a través de las palabras de una visión poética que logra transformarse en la metáfora de una subjetividad muy particular. Sin recurrir a las poesías más conocidas, recortando con piedad de jardinero algún verso, aquí o allá, construye una trama que está presente en la escritura, y ordena el caos. Alfonsina Storni no era argentina de nacimiento, pero como todas las mujeres de su época en el país estaba sujeta a una moral burguesa que condensaba en el silencio el mejor ejercicio de la femeneidad: “Y todo eso mordiente, vencido, mutilado, / Todo eso que se hallaba en su alma encerrado, / Pienso que sin quererlo lo he liberado yo” (62) Ella transgresora desde la niñez, no dejó nunca de provocar la marginalidad impuesta a su género y luchó en el terreno de los hombres por un espacio que se ganó como diría su amigo Roberto Arlt: “por prepotencia de trabajo” y por una audacia que apagó el miedo a los demás con el ataque frontal de la palabra, en el ejercicio del enunciado y de la enunciación. Poeta, dramaturga, docente, periodista, invitada sin tarjeta al festín de la vida intelectual, amiga entrañable de Horacio Quiroga, y constructora sobre todo, como aquél, de su destino. El punto de vista de Moro resalta esos aspectos de su personalidad, mostrándola frágil y etérea  a la vez que aguerrida, cínica, y decidida. La actriz Victoria Morèteau, dirigida por el propio autor, logra entender el proceso de construcción de sujeto que el autor realiza a través de las propias palabras de su protagonista, y encarna a Alfonsina con una ductilidad y una excelencia, que nos hace sentir al personaje y olvidar a su instrumento. Su trabajo es excelente, en matices, gestualidad, movimiento corporal, pregnancia en el escenario, abarcador en el juego incesante de una voz corporizada que nos trae a Alfonsina en cada momento, en un presente continuum. El diálogo que establece con el público, constituye una pieza fundamental en el hilado del relato, subrayado por la iluminación de Claudio del Bianco, que sugiere y transforma el espacio. El sujeto no deja fluir al vacío las aristas de su vida, no reflexiona sobre sí misma para sí misma, necesita ser escuchada, necesita de la complicidad de otras mujeres y de otros hombres, que puedan entenderla, ser capaces de escuchar con atención los pormenores de una relación, que desde la dirección hacia el hombre, como destinatario privilegiado, abarca a una sociedad toda que es la que la expone a la mirada acusadora de su intransigencia, y de la crueldad de ser juzgada por la valentía de un amor develado en su escritura.  El hombre para Alfonsina es ese otro, que se mueve entre el deseo y el rechazo, cuando lo imaginado no se corresponde con la realidad:



Estuve en tu jaula, hombre pequeñito, 
Hombre pequeñito que jaula me das,
 
Digo pequeñito porque no me entiendes,
Ni me entenderás. (53)


Pero, Alfonsina habla a través de los hombres de las mujeres, de ella y de todas, las iguales y las diferentes. Las que entienden el dolor de la distancia entre lo deseado y lo obtenido, y las que callan y se conforman. Habla también de la necesidad de lograr con el hombre un espacio de complicidad amorosa, que le resulta tan difícil en un mundo donde la estructura es la regla a seguir, donde se castiga cruelmente a quien la evade. Y habla también de la muerte, la que supone no ser como se quiere y necesita, obligada a mentir para ser aceptada, y la definitiva que nos ronda desde el comienzo, como una amiga extraña que nos arroja al valor o a la cobardía. La muerte es la definitiva paz, el premio final a un cuerpo cansado de la lucha cotidiana; y es también una elección de modo, tiempo y espacio. La escritura y la puesta de Mariano Moro transfigurada en el cuerpo de Victoria Morèteau, que se luce en su imagen despojada, nos acerca con su pluralidad de matices al universo de la poeta y de la mujer, para construir en una sola figura, la de la actriz, una trama de fragilidad y de fuerza que nos envuelve en la seducción de la palabra, la mirada, y la danza de su cuerpo.







Alfonsina y los hombres de Mariano Moro. Intérprete: Victoria Morèteau. Iluminación: Claudio del Bianco. Vestuario: Victoria Morèteau. Diseño gráfico: Mía Comunicación. Prensa: Simkim & Franco. Producción Ejecutiva: Sebastián Ezcurra. Dirección: Mariano Moro. Fotografía: www.oneboutiquestudio.com.ar. Teatro: El extranjero.




https://www.facebook.com/AlfonsinaYLosHombres







Storni, Alfonsina, 1968. Antología poética. Buenos Aires: Editorial Losada.





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