jueves, noviembre 21, 2013

Anís de Marina Fantini, Irene Goldszer, Cecilia Meijide


Cuando uno toma conciencia de que lleva su árbol genealógico en el cuerpo
y que puede expulsar el sufrimiento que esto conlleva
igual que se expulsan los demonios, todo puede cambiar de golpe.

(Alejandro Jodorowsky)

Jugar, el teatro es saber jugar sabiendo que ya no es una actividad íntima entre pares solamente, sino una exposición donde lo divertido está precisamente en saber que las miradas de los otros están allí, a veces como mudos testigos de nuestro juego, otras como participes necesarios. Jugar recordando, o recordar jugando; en un doble salto mortal hacia atrás, es lo que propone la puesta que dirige Adrián Canale, que nos lleva por un laberinto de secuencias que se repiten como si perdiéramos la pista a seguir y volviéramos sobre nuestros pasos para que la memoria sea más fiel, más verdadera. La familia, la propia, la real, o aquella que la vida nos ofrece para compartirla en algunos momentos peculiares, aparece desde ese juego de la interpretación, de ser otro, o los otros, modificando los recuerdos, que se hacen presentes en pequeños signos, en referencias fragmentadas. Tres personajes, cuyas relaciones se entrecruzan, niñas observando las acciones de los adultos; adultos que aparecen en actitudes que lastiman; la infancia que juega con la memoria que a veces demistifica una edad que la mayoría recuerda como el paraíso perdido, y donde las relaciones de poder en asimetría ponen a sus participantes infantes en calidad de víctimas de los actos de sus mayores. Un teatro que exorciza la memoria, que en la repetición de la palabra y la gestualidad va disminuyendo el poder de una constelación familiar1 que inevitablemente nos lleva a repetir viejos errores. Y el anís como el sabor de la infancia, que como la magdalena de Proust, es el sentido que agudiza los recuerdos. Los ochenta y sus neurosis producto de una década anterior con profundos agujeros negros, y ausencias inexplicables, están presentes en el vestuario, la música, y una manera de mirar el mundo desde los ojos asombrados de la niñez, que a través de lo lúdico intenta recomponer una historia familiar donde sus integrantes no están unidos sólo por lazos de sangre, sino por una comunión que se establece en la misa ritual de compartir un espacio. Un espacio que materializa el dispositivo escénico y lumínico con acierto. Espacio y tiempo inestable pero no caótico con fragmentos de realidad, de sueños y de borracheras, mientras cada actriz con profesionalismo construye la inestabilidad de su personaje. Personaje que a su vez se desdobla en varios y se vuelve a contrae con el recuerdo infantil, por momentos angustiante y en otro risueño. Inocencia que permite la discontinuidad del discurso a nivel verbal / corporal y la instauración de distintos puntos de vista desde del mundo infantil. Dinamismo visual en espacio lúdico con pocos elementos, algunos concretos – como las sillas, la lámpara,… y otros irreales - como la puerta y el perchero amorfo de color blanco y de material inflable. Las tres niñas / jóvenes a partir de sus desplazamientos constantes, de las repeticiones gestuales y verbales generan un “modo de vincular la discontinuidad del tiempo de la narración con la continuidad del tiempo narrado de la serie”[2]. Recurso del relato para ordenar y desordenar la historia creando la atmósfera laberíntica, efímera y onírica de Anís. Esta puesta en escena, en particular, teatralizar la memoria infantil en un sólido canevas dramático, una ficción construida a partir de retazos y un hecho escénico sin fisuras, posible gracias a un grupo de profesionales del hacer teatral.






Anís de Marina Fantini, Irene Goldszer, Cecilia Meijide. Elenco: Marina Fantini, Irene Goldszer, Cecilia Meijide. Coreografía: Paola Belfiore. Música original: Irene Goldszer. Escenografía y vestuario: Laura Poletti. Fotografía: Cecilia Lohrmann. Asistente de escenografía y vestuario: Tatu Ravotti. Asistencia: Jimena Ducci. Dirección: Adrián Canale. Teatro: El extranjero.















Calabrese, Omar, 1999. La era neobarroca. Madrid: Cátedra

Maillard, Catherine; Van Eersel, Patrice, 2010. Mis antepasados me duelen. Psicogenealogía y Constelaciones familiares. España: Ediciones Obelisco.










1
“Reconstruir un árbol genealógico puede empezar de la manera más sencilla. Como explica la página web psychogéné .com: ‘En general, para trabajar sobre una historia familia, no es necesario haber realizado investigaciones genealógicas. Cada uno empieza con lo que tiene. Las pocas informaciones recopiladas bastan para situarse y empezar a trabajar. En la mayor parte de los casos, los demás datos irán apareciendo, algunos incluso de forma sorprendente. Lo importante es entender que, a partir del momento en que uno empieza el camino psicogenealógico, activa una memoria que atraviesa el tiempo, las épocas, los acontecimientos y que puede surgir de un recuerdo hasta que la conciencia le dé sentido.’ (Van EErsel, Maillard, 2010, 9)

[2] Calabrese propone que al gusto predominante de nuestro tiempo aparentemente confuso, fragmentado e indescifrable, sea llamado neobarroco. Y dentro de los conceptos que desarrolla el autor se encuentran “la repetición” y “la inestabilidad”.




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